P.d.v:
Mario.
Mario
se sentó en su cama. Miró a su alrededor. Era una habitación, de
tamaño reducido, poco familiar aún para él. Las paredes eran de un
tono azulado. De momento no había mucho mobiliario, tan solo lo
imprescindible: cama, armario y escritorio. Las esquinas estaban
llenas de cajas amontonadas. Un día de estos, se dijo, debería
empezar a sacar cosas. El techo estaba decorado con una
lámpara-ventilador.
Se
puso a darle vueltas a la cabeza. Lo de anoche había sido extraño.
¿Para qué citar a los “alumnos snobs” a esa hora?
Miró
el despertador: eran las siete y media de la mañana. Se levantó a
regañadientes y decidió ir a ducharse. Y tal vez afeitarse, porque
no le gustaba la sombra que se le creaba en la cara.
P.d.v:
David.
David
se despertó esa mañana con el tiempo justo. Se cambió a su forma
humana y se afeitó lo más rápido que pudo. Miró su reflejo en el
espejo. Anoche apenas había dormido y le estaba costando adquirir el
disfraz de persona. Además, la espinilla seguía allí.
Acordándose
de la espinilla, salió corriendo a su cuarto y rebuscó entre los
libros hasta encontrar el grimorio con los hechizos de Magia
Prohibida. Valentina de seguro lo mataba si no lo llevaba.
Salió
corriendo de casa, sin despedirse y sin desayunar. Tampoco era que lo
necesitase, puesto que los magos aguantaban unos dos meses sin
alimento. Llegó a un cruce, donde lo esperaba Valentina con el ceño
fruncido y los brazos en jarras. «Ya me la he cargado», pensó
mientras aceleraba el paso con la mochila rebotando sobre su espalda.
P.d.v:
Valentina.
¿¡Dónde
estaba ese maldito niño!?, pensaba a voces en su cabeza. Puso los
brazos en jarras y oteó las calles. David no solía llegar tarde. Y
elegía justo ese día, en el que debían preparar el conjuro para
hacerse esperar.
–VAAAAAAAALEEEEEENTIIIINAAAAAAA
–oyó la chica desde atrás.
Esta
se giró. David venía corriendo hacia ella.
–Al
fin –suspiró ella.
El
chiquillo llegó sin resuello. Cogió aire y sonrió. Su máscara
humana, pensó Valentina con el ceño fruncido, dejaba mucho que
desear esa mañana. Tenía un color plomizo en la piel.
–Tengo
el libro –anunció David sacando un grueso volumen de la mochila,
el mismo que ella le había tirado a la cabeza.
–Me
alegro, ahora vámonos. Gracias a tu retraso tenemos menos
probabilidades de conseguir hacerlo bien –le riñó ella.
–Gracias
por preguntar el por qué tengo este aspecto, eh –acusó él con
los ojos entrecerrados.
Ella
le miró.
–No
has dormido. Fin del diagnóstico. Ya dormirás en Francés,
tranquilo.
–Pues
no, lista. Resulta que me he resfriado –contestó él con
nerviosismo.
Valentina
lo miró, escandalizada durante una fracción de segundo. Eso era
imposible. Los magos no podían resfriarse. Su organismo no lo
permitía. Pero eran alérgicos al zumo de tomate o al tomate en
general. Y David jamás se acercaba a nada que fuera rojo siquiera.
–¿Cómo
crees que ha pasado? A lo mejor no es un resfriado.
–Bueno,
estuve hasta las cinco practicando no de los conjuros, a lo mejor
solo es agotamiento.
Valentina
le tocó la frente. Ardía.
–No,
tienes fiebre –repuso ella.
David
le quitó importancia con un gesto de la mano.
–Nah,
es que hace calor.