P.d.v:
Mario.
Mario
sintió un extraño impacto. Había sido como un golpe de aire, solo
que todo estaba en calma. Miró al frente y se topó con la mirada de
David, que era claramente de sorpresa. Este llamó a Valentina, que
también lo miró. Se dijeron algo y se fueron, perdiéndose entre el
resto de alumnos.
Mario
se iba a dar la vuelta, pero la curiosidad le pudo. Se puso en camino
hacia el instituto. Cruzó la carretera y vio la mirada de asombro de
muchos alumnos clavadas en él. Reconoció la cara de Celia, su
compañera de clase llena de piercings. Esta tenía la boca
entreabierta. Sus ojos parecían... Distintos. Tenía el iris más
oscurecido y la pupila dilatada. La tez se le estaba azulando, como
si tuviera frío.
–Eh,
¿qué hacéis aquí? –preguntó Mario a Celia.
–N...
nada... Es solo que... –balbuceaba la chica.
Todos
se quedaron en silencio alrededor de Mario. Y este, por momentos, se
daba cuenta de que hubiera sido mejor tragarse la curiosidad. Reinaba
la tensión y él, tan observador como era, veía que a cada segundo
que pasaba sus compañeros sufrían ligeras modificaciones. Celia,
por ejemplo, tenía la piel casi entera azul. Sus pupilas habían
desaparecido y solo quedaba un agujero blanco con una bola morada.
–Ehhhh...
esto, Celia... ¿te encuentras bien? –inquirió Mario al ver el
aspecto de su compañera.
«Viene
un profesor», oyó Mario.
Todo
el mundo se hizo a un lado y dejó pasar a una profesora que Mario no
recordaba haber visto por la tarde. Era muy, muy blanca, con el pelo
grisáceo recogido en un pulcro moño en la nuca. Iba vestida con un
traje de chaqueta negro y tacones. Parecía de unos sesenta y pico
años. Su piel mostraba arrugas en la frente, en los ojos y la piel
le colgaba. Aun así, parecía joven de alguna forma.
–¿Y
usted, quién es? –preguntó la mujer con un poco marcado, pero aun
así notable, acento inglés.
–Soy...
un alumno de este instituto –contestó Mario conteniendo el aire.
–¿Y
ha sido convocado esta noche, o simplemente estaba dando un paseo a
las... –miró su reloj– doce y cinco de la noche?
–Había
salido a dar una vuelta y entre que este pueblo es más bien pequeño
y que no conozco casi nada, he acabado aquí.
La
profesora lo miró con una ceja alzada. Mario dedujo que no se había
tragado una palabra.
–Le
he visto hablando con la señorita Campos –se volvió hacia Celia y
frunció el entrecejo–, ¿acaso usted le ha dicho algo a este
huma... alumno?
–No,
señora Hartzler –respondió Celia atragantándose con las
palabras.
La
mujer le dirigió una severa mirada.
–Está
bien. Vuelva a su casa, joven, será lo mejor.
Mario
la miró de arriba a abajo y decidió que era mejor no discutir, así
que dio la vuelta y se alejó de allí tras dirigir una última
mirada a los alumnos. El número iba disminuyendo conforme iban
entrando en el edificio.
P.d.v:
Valentina.
Había
cogido de la manga a David y se lo había llevado hasta la clase de
Historia Mágica. Recuperaron el aliento y se miraron, completamente
confusos. ¿Cómo un humano había repelido la magia? Era algo que,
por lo que habían estudiado, nunca había ocurrido.
–A
lo mejor la señora Davis sabe algo. Es una buena maga y tiene
bastantes conocimientos –sugirió David.
–Bah,
esa mujer dudo que sepa algo... Aunque, bueno, mejor probar suerte
–admitió Valentina frunciendo el ceño–. Sí, a lo mejor esa
cincuentona sirve de algo por primera vez.
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