domingo, 3 de junio de 2012

12# "Resfriado inesperado"

P.d.v: Mario.

Mario se sentó en su cama. Miró a su alrededor. Era una habitación, de tamaño reducido, poco familiar aún para él. Las paredes eran de un tono azulado. De momento no había mucho mobiliario, tan solo lo imprescindible: cama, armario y escritorio. Las esquinas estaban llenas de cajas amontonadas. Un día de estos, se dijo, debería empezar a sacar cosas. El techo estaba decorado con una lámpara-ventilador.
Se puso a darle vueltas a la cabeza. Lo de anoche había sido extraño. ¿Para qué citar a los “alumnos snobs” a esa hora?
Miró el despertador: eran las siete y media de la mañana. Se levantó a regañadientes y decidió ir a ducharse. Y tal vez afeitarse, porque no le gustaba la sombra que se le creaba en la cara.

P.d.v: David.

David se despertó esa mañana con el tiempo justo. Se cambió a su forma humana y se afeitó lo más rápido que pudo. Miró su reflejo en el espejo. Anoche apenas había dormido y le estaba costando adquirir el disfraz de persona. Además, la espinilla seguía allí.
Acordándose de la espinilla, salió corriendo a su cuarto y rebuscó entre los libros hasta encontrar el grimorio con los hechizos de Magia Prohibida. Valentina de seguro lo mataba si no lo llevaba.
Salió corriendo de casa, sin despedirse y sin desayunar. Tampoco era que lo necesitase, puesto que los magos aguantaban unos dos meses sin alimento. Llegó a un cruce, donde lo esperaba Valentina con el ceño fruncido y los brazos en jarras. «Ya me la he cargado», pensó mientras aceleraba el paso con la mochila rebotando sobre su espalda.

P.d.v: Valentina.

¿¡Dónde estaba ese maldito niño!?, pensaba a voces en su cabeza. Puso los brazos en jarras y oteó las calles. David no solía llegar tarde. Y elegía justo ese día, en el que debían preparar el conjuro para hacerse esperar.
VAAAAAAAALEEEEEENTIIIINAAAAAAA –oyó la chica desde atrás.
Esta se giró. David venía corriendo hacia ella.
Al fin –suspiró ella.
El chiquillo llegó sin resuello. Cogió aire y sonrió. Su máscara humana, pensó Valentina con el ceño fruncido, dejaba mucho que desear esa mañana. Tenía un color plomizo en la piel.
Tengo el libro –anunció David sacando un grueso volumen de la mochila, el mismo que ella le había tirado a la cabeza.
Me alegro, ahora vámonos. Gracias a tu retraso tenemos menos probabilidades de conseguir hacerlo bien –le riñó ella.
Gracias por preguntar el por qué tengo este aspecto, eh –acusó él con los ojos entrecerrados.
Ella le miró.
No has dormido. Fin del diagnóstico. Ya dormirás en Francés, tranquilo.
Pues no, lista. Resulta que me he resfriado –contestó él con nerviosismo.
Valentina lo miró, escandalizada durante una fracción de segundo. Eso era imposible. Los magos no podían resfriarse. Su organismo no lo permitía. Pero eran alérgicos al zumo de tomate o al tomate en general. Y David jamás se acercaba a nada que fuera rojo siquiera.
¿Cómo crees que ha pasado? A lo mejor no es un resfriado.
Bueno, estuve hasta las cinco practicando no de los conjuros, a lo mejor solo es agotamiento.
Valentina le tocó la frente. Ardía.
No, tienes fiebre –repuso ella.
David le quitó importancia con un gesto de la mano.
Nah, es que hace calor.

11# "Comienzan las sorpresas"

P.d.v: Mario.

Mario sintió un extraño impacto. Había sido como un golpe de aire, solo que todo estaba en calma. Miró al frente y se topó con la mirada de David, que era claramente de sorpresa. Este llamó a Valentina, que también lo miró. Se dijeron algo y se fueron, perdiéndose entre el resto de alumnos.
Mario se iba a dar la vuelta, pero la curiosidad le pudo. Se puso en camino hacia el instituto. Cruzó la carretera y vio la mirada de asombro de muchos alumnos clavadas en él. Reconoció la cara de Celia, su compañera de clase llena de piercings. Esta tenía la boca entreabierta. Sus ojos parecían... Distintos. Tenía el iris más oscurecido y la pupila dilatada. La tez se le estaba azulando, como si tuviera frío.
Eh, ¿qué hacéis aquí? –preguntó Mario a Celia.
N... nada... Es solo que... –balbuceaba la chica.
Todos se quedaron en silencio alrededor de Mario. Y este, por momentos, se daba cuenta de que hubiera sido mejor tragarse la curiosidad. Reinaba la tensión y él, tan observador como era, veía que a cada segundo que pasaba sus compañeros sufrían ligeras modificaciones. Celia, por ejemplo, tenía la piel casi entera azul. Sus pupilas habían desaparecido y solo quedaba un agujero blanco con una bola morada.
Ehhhh... esto, Celia... ¿te encuentras bien? –inquirió Mario al ver el aspecto de su compañera.
«Viene un profesor», oyó Mario.
Todo el mundo se hizo a un lado y dejó pasar a una profesora que Mario no recordaba haber visto por la tarde. Era muy, muy blanca, con el pelo grisáceo recogido en un pulcro moño en la nuca. Iba vestida con un traje de chaqueta negro y tacones. Parecía de unos sesenta y pico años. Su piel mostraba arrugas en la frente, en los ojos y la piel le colgaba. Aun así, parecía joven de alguna forma.
¿Y usted, quién es? –preguntó la mujer con un poco marcado, pero aun así notable, acento inglés.
Soy... un alumno de este instituto –contestó Mario conteniendo el aire.
¿Y ha sido convocado esta noche, o simplemente estaba dando un paseo a las... –miró su reloj– doce y cinco de la noche?
Había salido a dar una vuelta y entre que este pueblo es más bien pequeño y que no conozco casi nada, he acabado aquí.
La profesora lo miró con una ceja alzada. Mario dedujo que no se había tragado una palabra.
Le he visto hablando con la señorita Campos –se volvió hacia Celia y frunció el entrecejo–, ¿acaso usted le ha dicho algo a este huma... alumno?
No, señora Hartzler –respondió Celia atragantándose con las palabras.
La mujer le dirigió una severa mirada.
Está bien. Vuelva a su casa, joven, será lo mejor.
Mario la miró de arriba a abajo y decidió que era mejor no discutir, así que dio la vuelta y se alejó de allí tras dirigir una última mirada a los alumnos. El número iba disminuyendo conforme iban entrando en el edificio.

P.d.v: Valentina.

Había cogido de la manga a David y se lo había llevado hasta la clase de Historia Mágica. Recuperaron el aliento y se miraron, completamente confusos. ¿Cómo un humano había repelido la magia? Era algo que, por lo que habían estudiado, nunca había ocurrido.
A lo mejor la señora Davis sabe algo. Es una buena maga y tiene bastantes conocimientos –sugirió David.
Bah, esa mujer dudo que sepa algo... Aunque, bueno, mejor probar suerte –admitió Valentina frunciendo el ceño–. Sí, a lo mejor esa cincuentona sirve de algo por primera vez.