P.d.v:
Valentina.
Sonó
el timbre del recreo.
Valentina
y David salieron al patio, llevando sus mochilas con ellos. El lugar
de recreo se dividía en dos partes: patio de arriba (pistas de
fútbol, baloncesto y voleibol) y el patio de abajo (cafetería y
bancos). Pero Valentina y David pasaban de bancos. Siempre se iban a
un rincón que había tras un muro, para que ningún humano con el
oído demasiado fino pudiera oír sus conversaciones sobre magia.
Valentina
tiró con fuerza la mochila. Iba a descargar su ira en ese mismo
momento. Empezó a darle patadas a una piedra.
–Oye,
Valentina, como sigas así te vas a cargar los zapatos. Y me costaron
muy caros, preciosa –dijo David sentándose contra el muro y
sacando su desayuno.
–¡Me
da igual! Estoy hasta ahí abajo de la caja, y estoy más harta
todavía del humano ese nuevo.
–¡Pero
los zapatos no tienen la culpa de que el chiquillo ese tenga la
capacidad de hacerte saltar los nervios, mujer! Anda, siéntate, que
tengo una idea para colarnos en el departamento de magia.
Valentina
dejó de dar porrazos con los pies a las piedras y lo miró,
interesada. Se sentó a su lado, más tranquila.
–Pues
venga, cuenta.
–Mira,
esta es la cosa –David sacó un mapa de la mochila y señaló un
punto–. Aquí estamos nosotros. Debajo nuestra, hay un túnel. Se
supone que de emergencias. Como bien sabes, el departamento de magia,
está en la parte más alta del edificio. Pero si seguimos por este
conducto, y subimos estas escaleras, podemos llegar en unos quince
minutos. De las 12:30 a las 12:35 sabes que la magia se debilita,
porque tú misma pierdes fuerzas. Durante estos cinco minutos, la
barrera desaparece. Podemos colarnos, coger los archivos y
devolverlos al día siguiente.
–Pero...
¿cómo nos escapamos de clase? Para que ninguno se haga una piarda a
esa hora, nos han colocado al grupo de magos con la Chaparro.
La
Chaparro era la profesora más vieja de todo el instituto. Era maga y
con mucha mala leche. Siempre estaba seria y con un humor de perros.
Daba clase a los magos, y de vez en cuando usaba conjuros para
mantenerlos callados. Aunque tenía seiscientos años, aparentaba
cuarenta y tantos.
–¿Te
crees que he dejado ese detallito sin pensar? Pues no, Valentina, no.
Sabes que yo siempre lo tengo todo en cuenta.
–Oh,
genio, ilústrame.
–Ja,
ja. Pues mire usted, señorita Sarcasmo, he encontrado un libro en la
biblioteca de mi abuelo sobre hechizos que, aunque requieren mucho
esfuerzo, podrían servirnos. Uno en especial. Hay uno que debe
realizarlo un mago adulto, pero he pensado que dos jóvenes
equivaldría a un adulto.
–Lógica
aplastante.
–Calla.
Este hechizo es complicado, pero puede crear dobles que no se
debilitan a esa hora.
–David,
eso es Magia Prohibida. Nosotros hemos comenzado con la Magia Negra,
en secreto y sin mentor. No nos va a salir.
–Tú
y tu optimismo.
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