P.d.v: Mario
Suárez:
Mario
encontró finalmente la clase. Cuando abrió la puerta del aula, vio
pasar ante sí un avión de papel. Se echó hacia atrás, en un
intento de que no le diera. Miró el revuelo que había formado:
gomitas por doquier, más aviones planeando, grandes bolas de papel
atravesando el aire...
Se
distinguía una gran variedad de personajes. Todos llevaban el
uniforme, pero lo hacían característico. Por ejemplo: una chica
llevaba muñequeras y collar de pinchos, además de la cara hecha un
colador con tanto piercing; otra se había hecho un nudo en la
camiseta del uniforme (el de las chicas era una camiseta azul oscuro
de mangas cortas, de largo era como una camiseta normal, pero iba
descendiendo gradualmente, hasta acabar en pico sobre la rodilla
izquierda) para que se le viera un vientre plano y un piercing en el
ombligo; y un chico que tenia.... los ojos pintados.
Toda la
clase calló súbitamente. Un hombre bajito, gordo, medio calvo, con
gafas antiguas de cristal amarillento y unos abundantes pelos en la
nariz. Era de ese tipo de personas que matan el concepto de
sex-appeal. Este señor llevaba en la mano un maletín de piel marrón
que dejó en la mesa, justo antes de reparar en el extraño chico que
había en la puerta.
-¿Es usted
el nuevo alumno, cierto? -preguntó el hombre con una voz ronca.
-Sí, soy
Mario Suárez.
-Sí, me han
informado. Bueno, siéntese aquí mismo, que hay un sitio libre. Le
presentaré a la clase, justo después de pasar lista.
Mario
asintió y fue a sentarse entre dos chicas (gracias a Dios) normales.
Una era alta y morena, la otra bajita y pelirroja. Y no parecían
demasiado animadas.
El profesor
fue nombrando personas: una tal Ana Álvarez (la puta), otro llamado
Ángel Ballesteros (el gay), Carla Bermúdez (la morena que estaba
sentada al lado de Mario)... Pero lo que realmente le hizo levantar
la vista de su mesa a Mario fue un nombre femenino. Uno que ya había
leído en alguna parte hacía no más de veinte minutos: Valentina
Galán.
«G, de
Galán», pensó con una sonrisa.
Levantó la
vista y, al final de la clase, la vio tirada sobre una silla con el
chico ese que la había acompañado por la mañana.
P.d.v:
Valentina Galán.
Rebuscó de
nuevo en la mochila. Estaba segura al cien por cien de que lo había
cogido de su taquilla.
-David, ¿no
lo habrás cogido tú? -susurró a su compañero.
El aludido
ojeó su mochila. Ni rastro del libro de Biología de Valentina.
«Genial,
pierdo el idiota ese cae en mi clase», pensó Valentina con desdén.
-Tranquila,
como ha entrado el chico nuevo haremos las presentaciones. No daremos
clase seguramente -la tranquilizó su compañero.
El profesor
pasó lista. Cuando su nombre llegó, levantó el brazo y dijo:
«Presente». Valentina se fijó en que el novato levantaba la vista
al oír su nombre. Y que además levantaba el brazo.
-Dígame
-dijo el señor Alcázar.
-En el
pasillo me encontré con un libro de Biología -comenzó-. Creo que
es de ella -señaló a Valentina.
Esta lo
miró. Toda la clase la observaba. Se levantó, cogió el libro y con
un gracias que más sonó a insulto que a agradecimiento, se volvió
a su sitio.
Debió de
caérsele al chocar con ese chico.
Se sentó de
nuevo en su mesa. Miró a David. Este la miraba con una sonrisa
pícara,de esas que solo él sabía esbozar y que siempre usaba
cuando se burlaba de Valentina. Solo ella había visto esa sonrisa.
-Qué buen
chico -dijo David, sarcástico.
-Me encanta
cuando te pones celoso... Te vuelves tan vulnerable... Es súper
fácil meterse contigo así -contraatacó Valentina.
-¿Yo,
celoso? Oh, me has pillado; siempre quise ser un humano corriente que
deja en ridículo a una Maga Negra.
-Tu puta
madre, gilipollas.
David y
Valentina se miraron un momento; caras serias y miradas divertidas.
Al final, rompieron en carcajadas.
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